Wednesday, 2 April 2008
La última
Hay una vez que es la última. Y algo, casi siempre, te la oculta. Porque no estarías listo. Y porque sino, quizás, no descorrerías con los dientes el cuello de su remera ni la sentirías. Tus labios no rozarían la tela hasta sus tetas, tu nariz no buscaría sus olores. Tus manos se quedarían quietas, sin alzarse por la espalda arrastrando las yemas. Tu pecho no empujaría su pecho para abarcarla, superarla, tomarla y no jugarías entonces a morder sus tetas hinchadas, tus labios olvidarían el juego remoto, beber el aire como quien roba perlas, fuerza, bebidas invisibles en su cáliz. Tus manos no buscarían encontrarse en recorridos opuestos en ese punto exacto que no es nada ni de nadie, no tendrías esa humedad en los dedos ni el presagio de tempestades. No flaquearían sus fuerzas. No se abrirían sus piernas, no se cegarían sus ojos. No se enterraría su rostro en tu cuello, ni dientes ni pequeños dolores, ni presentimientos ni vientres. Quedarían calladas las voces que no gritan, no se agitaría el aire en su apuro por mantenernos vivos, esas uñas no te apresarían y no serías ni cazador ni presa. La carne que amas no envolvería tu verga, ni poesías mudas ni tiempo detenido. No habría creación ni sudor. No habría belleza. No serían los minutos siglos, no lloraría tu cuerpo de alegría en su cuerpo, no te aferrarías a ella. No temblarían. No morirían un poco los dos y esa última vez, que habría de ser, ya habría ocurrido.
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